jueves, 25 de febrero de 2010

Luz de amanecer

(los diálogos de esta historia los he traducido de el idioma de los Tíonos: el tíoc)

Cuenta esta historia, que en tiempos remotos los Ártidos, esclavizaban a los Tíonos ocultándolos en pequeñas cuevas bajo las montañas. Estos, al no recibir la luz del sol, llevaban sus corazones ahogados en amargura. Pero, esta historia también habla, de un muchacho con un corazón fuerte al que aun le quedaban el ánimo y la esperanza de algún día ser libre.

Lo llamaban Sahel, significaba en su idioma, el Tíoc, luz de amanecer. Era buen trabajador, por lo que los mayores de su tribu, le guardaban un gran respeto. Su pelo era de color castaño rojizo y sus labios finos y rosados. En cuanto a sus ojos, no lo se, pues cada vez que le mirabas fijamente los presentaba de un color distinto. Algunos decían que era por su estado de ánimo.
El aun siendo pequeño perdió a su padre en la batalla contra los Ártidos. Todos decían que había muerto por el bien del pueblo, pero dentro de su corazón, sabia que aun seguía con vida.
Algunos mayores a los que tomaban por locos habían asegurado ver a su padre bajar del cielo montado en un caballo alado.

Pero, la historia, comienza ahora:

Era un día como cualquier otro, era la décima vez que iba a recoger agua. Ayudaba a los mas ancianos llevándolos cántaros de agua que recogía de un pequeño pozo que había construido el mismo haciendo un agujero hondísimo en el suelo. Luego, le había atado un palo con una cuerda y metido un cubo, así podía conseguir agua.
Poseía una gran astucia y un don para construir cosas.
A lo que íbamos, iba de camino a la cabaña dé Umitú, el jefe de la tribu, pero no iba solo con la intención de llevarle agua, si no también de pedirle permiso para ir a la "cueva de los sabios". Así la llamaban. Era una cueva a la que se entraba por un resquicio en la pared de la montaña. Allí, todos los antecesores sabios de su tribu hacían cálculos y dibujos de planes de proyectos en la pared.
Entró en la cabaña, no sin antes pedir permiso. Umitú le recibió con alegría.

- Pasa Sahel, aquí eres bien recibido.
-Kara's,(saludó con respeto) vengo a traerte agua y también a...-No le dejó acabar la frase.
-Si, si, ya lo se, quieres ir a la cueva. Me lo llevas pidiendo días.


La entrada a la cueva estaba, tras una cortina, en la casa de Umitú.
este corrió la cortina y invito a pasar a su invitado.

La cueva, tenia el tamaño de una habitación, no muy grande. Las paredes y el techo estaban pitados con colores que representaban figuras. Se podían distinguir búfalos, ciervos y osos; cazadores, sabios haciendo rituales y niños; diseños de armas, puentes y casas.
También se distinguían guerras y batallas en los que salían reflejados los Ártidos.

-Es nuestra historia, la historia que nos hizo llegar aquí.-dijo Umitú- Ahora ha llegado el momento de enseñarte algo.

Umitú condujo a su invitado por toda la sala y se paro delante de una pared.
-es aquí.
-El que?-pero antes de volver a preguntar se dio cuenta.
En la pared que tenia enfrente de el había un dibujo, precioso. La figura representaba a un hombre montado en un caballo con alas.

-Pero... Yo creía que era mentira.
Los sabios lo decían, ahora ya lo sabes.
-Te importaría dejarme solo un momento?
-Por supuesto.-Umitú se retiró dejando unos minutos desahogarse a su invitado.
Estaba confuso, no sabía que pensar. Todas las cosas que le habían contado de su padre...
De pronto oyó un fuerte ruido, los Ártidos volvían. Tenia que huir, como sea, rápido. Los Ártidos destrozaban todo a su paso. Mataban por conseguir esclavos que trabajaran para ellos. Estaba atrapado. Fue entonces cuando se dio cuenta, a trabes de la roca entraba luz era una placa muy fina, podría romperla y huir. La golpeó con una piedra usando todas sus fuerzas. Pero la pared no cedía, miro hacia arriba buscando una solución. Y la encontró, se agarró a una estalactita que hizo temblar la cueva y la pared se rompió. Había llegado el momento, tenia que huir, pero no podía dejar atrás a los suyos. Ya era demasiado tarde. Se escurrió con cuidado por el agujero y echó a correr. No oía ningún ruido, pero sabía que le seguían por su espalda. Se encontró en un oscuro bosque.

Corrió todo lo que pudo hasta que perdió a el enemigo. Se refugió en un pequeño saliente de la montaña, se tapo con unas cuantas ramas y callo rendido.

Cuando despertó deseaba que todo hubiera sido un sueño, pero pronta tuvo que abandonar esa idea. Se encontraba en medio de un espeso bosque. No recordaba haber salido nunca de la cueva. Se sentía distinto, se sentía... ¡LIBRE!
Camino durante horas hasta que empezó a tener hambre.
Se sentó en el suelo, hambriento. De pronto escuchó un leve ruido. Sonaba como...agua. Debía de haber un rió cerca de allí. Siguió el sonido hasta que lo encontró. Se arrodillo y se lavó las manos después bebió agua hasta quedarse satisfecho.
Había calmado su sed pero no su hambre. Se fijó bien en el paisaje y pudo distinguir un nido en la rama de un árbol. Trepo por este y como supuso, encontró huevos. Le servirían de desayuno.


El resto del día lo dedicó a caminar, sin rumbo fijo.

Por la noche, miró las estrellas y soñó.
A mitad de noche le sobresaltó un ruido extraño. Antes de que pudiera darse cuenta le taparon la boca con la mano. Intentó escabullirse pero le fue imposible. La persona que le retenía hizo un gesto de silencio y dijo:
-No temas Sahel, vengo a ayudarte. Me llamo Fosc, hace muchos años pertenecí a tu tribu.
-Como sabes mi nombre?- preguntó todavía asustado.
-Eso ahora no importa he venido a ayudarte. Traigo tropas con migo y tu les guiaras
-Por que?
-debes enfrentarte a los Ártidos.
-Pero yo no se luchar.
-Yo te enseñare.
Y así practicaron hasta el amanecer.
-Ahora ya estás preparado para luchar. Debes recordar que eres poderoso, tu eres capaz de cualquier cosa. Ahora debéis poneros en camino para atacar por la noche, cuando el enemigo este dormido.

Y así , las tropas se prepararon para la lucha por la libertad.
Llegaron a la fortaleza de los Ártidos, era un enorme y oscuro castillo.
La guerra la comenzaron los arqueros, que con sus flechas despertaron al enemigo. Los demás guerreros rodearon las cabañas en las que sus contrincantes dormían para cogerles por sorpresa.

Estos, al salir a por las armas, estaban rodeados, lo que les impedía protegerse. Pero todos llevaban espada. Entonces de la fortaleza empezaron a salir mas guerreros.

Fue una larga y sangrienta lucha. Sahel se había mantenido hasta el momento en pie, como un buen guerrero, tenía estilo, tenia fuerzas y valor. Pero después de largas horas, había llegado el momento: el rey de los Ártidos, el gran Érmes, se dirigía a el con paso firme.
-Vaya, vaya. ¿que tenemos aquí? El niñito de mama se ha escapado de casa.
Los ojos de Sahel se tiñeron de un rojo intenso. Se acercó cauteloso a Érmes y desenvainó su espada.
- Pronto seremos libres. Cuando acabe contigo. -Dicho esto, Sahel se lanzó hacia el poderoso rey de los Ártidos y le intento clavar la espada. Pero este, esquivó el golpe.
Entonces probó a despistarlo haciendo como que daba un golpe por su espalda, pero dándoselo por delante.

El contrincante se dio cuenta de la maniobra y le tiro al suelo. Sahel, crellendo que estaba a punto de morir se arrepintió pensando que por su culpa los Tíonos jamás serian libres. Pero, antes de que Érmes le clavara la espada en el corazón, un caballo alado le dio una coz y le izo perder el equilibrio. El jinete de tan hermoso caballo, llamado Fosc, descargo su reluciente espada de oro sobre el enemigo, que callo rendido y murió.

-Nadie toca a mi hijo- Gritó.
Sahel se levantó, casi incrédulo y abrazó con todas sus fuerzas a su padre.

Al amanecer, las tropas se dirigieron a las montañas para anunciar su victoria.
Pero, dos personas se quedaron.

-Hijo, has de saber que no puedo acompañaros. Me necesitan ahí arriba.-dijo señalando con la vista al cielo.
Sahel asintió con lágrimas en la cara.

- Hijo, para que nunca me olvides, te regalo de mi espada de oro. Pero, has de jurarme una cosa, Cuando te hagas mayor, y solo cuando creas que puedes, debes subir al templo de las nubes y poner la espada en el tesoro dorado. Recuérdalo.
Y así montado en el precioso caballo, subió a las nubes y para despedirse de su preciado hijo, dejo caer un bello resplandor dorado, que cada amanecer aparecía y recordaba a Sahel que su padre se acordaba de el y que siempre, siempre que lo necesitara, el estaría allí para ayudarle.